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sábado, 2 de julio de 2016

Consideraciones sobre el nombre y sobrenombre


Por pura suerte, el mes pasado me topé con dos conocidos de aquellos tiempos de muchachez y, lógico, pasamos un rato muy agradable recordando esa época. Luego, repasando lo hablado, me puse a pensar por qué razón, en algunas ocasiones, al memorar personas las mentamos por el apodo sin recordar el nombre (balín, gallina, mosco,…). Eso es totalmente contrario a las enseñanzas de entonces, pues, una de ellas nos inducía a llamar a las personas por su nombre, y, dándole vuelta al tema, concreté tres puntos importantes al respecto, los cuales, por considerarlos de provecho, los pongo a disposición de quienes visitan mí blog.

El nombre nuestros padres nos lo asignan al nacer y al anotarlo en el acta de nacimiento, junto a la información requerida llega al Registro Civil y nos registran como un nuevo ciudadano o sea, nos asignan la identidad. Por eso, repitiéndonoslo con empeño, nos educan para responder a él y, al divulgarlo, familiares y amigos lo usaran para llamarnos. Además de ese uso cotidiano, también nos ubica en la historia, porque, con él, registran nuestros avances (nacimiento, estudio, obras de bien, matrimonio,…, óbito), y, siendo éste un registro permanente, es parte de la historia patria.  Así, de nosotros depende cuánto aportemos (entre más contribuyamos, mejor). “Es muy valioso”.  Por eso, lo usual es: “Llamarnos por el nombre”

También, por cariño y/o llaneza, algunas familias usan el hipocorístico, el cual, es simplemente un diminutivo del nombre (Caliche, Nano, Pepe, Paco, Teo. Aní, Mina, Tina, Tere, Vicky,…). Esta costumbre es de total aceptación, nunca he oído a nadie molesto por ella, más bien, en los nombres muy largos estos diminutivos facilitan (Maximiliano / Max) y, por ser algo familiar, su uso no es obligatorio, se puede abandonar. Se estila entre familia, compañeros y amistades cercanas.
En aquel tiempo, cuando debíamos llamar a las personas por su nombre, este diminutivo por ser de uso cariñoso y/o familiar, tenía la aceptación del nombre entre allegados. Recuerdo muchos de esos casos en donde nos mandaban a hacer alguna diligencia donde algún profesional, comerciante, familiar, vecino o vecina u otros, dándonos el nombre hipocorístico y era bien visto.
Por ejemplo: Don Paco el abogado, el padre Toño, don Beto el prestamista, don Pepe el pulpero, doña Chica la vecina, doña Tina la purera, mi padrino Felo, mi madrina Mira y su esposo Memo, doña Chepita, la niña Tela, la prima Sole, Lupe mi hermana y muchísimos más.   
Los buenos hechos enmarcan el nombre.  Actuando en bien de los demás, se gana el renombre
El sobrenombre es el apodo puesto a una persona o cosa por algún defecto o circunstancia, pocas veces se recibe con agrado, por lo general se siente irrespetuoso, molesto y hasta odioso. Sin embargo, a pesar de su absurdidad, hay personas con habilidad e irreverencia para practicarlo. No sé ahora, pero, cuando yo me criaba, en Alajuela había mucho individuo de esa línea, algunos se reunían en el Parque frente a Catedral e intervenían en todos los sucesos (con chistes, bromas y, ante todo, apodos), eran muchos y alternándose cubrían las 24 horas. Así, estando atentos, no se les pasaba nada ni nadie, por eso se ganaron el mote de “UVA”. (Unión de Vagos Alajuelenses). Con cuatro ejemplos -en mi próxima publicación- bastará para transmitirles la agudeza del grupo al asignarlos:

continúa ..../
Beto, julio 2016

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