Cuando yo era un treintón (allá por 1970), tras contarme un pleito de 10 o más años a punto de perder, un familiar cercano dedicado a la abogacía litigante me pidió permiso para proponerme como perito en la última instancia del caso (Casación). Sin interesarme la peritación, pero intrigado por la causa del alargue y casi fracaso de esa lid (¡una propiedad perdida!), acepté. Días después, ya ratificado por el Juzgado, pedí la información y recibí un grueso expediente (era el cúmulo de 10 o más años de trámite), hojeándolo, señalé lo de incumbencia y, estudiando eso, conocí a fondo el caso. El cual, por el debido respeto, lo contaré con nombres simulados. Así:
En Mina Linda, pueblo rural de la provincia de Alajuela, estaba ubicada la finca en conflicto y vivían las dos familias emparentadas e involucradas en el caso. Una la conformaban tres hermanas ya adultas mayores María, Rosa y Sara y la otra Luis -el hijo de Maria y sobrino de Rosa y Sara-, su esposa Clara e Iris la hija de ambos. La finca era el medio de subsistencia de Luis y, según dicta la demanda, en la esquina Sur-oeste de esa finca, como si fuera parte de ella, había una hectárea de terreno debidamente cercada e inscrita a nombre de las tres hermanas (madre y tías de Luis), la cual, con la anuencia de ellas, él trabajó toda su vida y hasta le quitó los alambres de la cerca para utilizarla como si fuera una sola. Todo marchaba bien, pero, al morir Luis sin testar y pasar la finca a mortual, Clara, la viuda de Luis, la presentó como una sola propiedad. Ellas reclamaron su derecho, pero, aunque tenían justa razón, su reclamo fue insuficiente, no lograron probar la existencia de su finca. Por eso, para hacer valer ese derecho, lo elevaron a juicio y casi lo pierden.
Al estudiar el expediente para enterarme del avance del caso, no logre comprender cómo, siendo una finca inscrita y con un claro detalle de lo ocurrido, los peritos precedentes no lograron encontrarla. Intrigado, para comprobarlo planeé la gira al sitio. El Juzgado, le notificó día y hora de la visita al Delegado Distrital de la Guardia Rural y le encomendó citar a las partes y acompañarme durante la diligencia. El día fijado pasé a la Delegación y, a la hora señalada, con el Delegado y mi Asistente llegué a la finca donde estaban las partes esperando. El Delegado nos presentó y, anotando fecha, hora y presentes, el asistente abrió el acta correspondiente e inicié el interrogatorio para conocer la posición de cada una de las partes. Para mí fue algo molesto, porque, aunque eran dos familias con parentesco muy cercano, no se hablaban entre ellas (las 3 hermanas con la viuda y la huérfana de Luis). Sin embargo, para obviar el problema, se me ocurrió ponerlas a dialogar indirectamente (una escuchaba a la otra y cuando yo la volvía a ver, me contaba su posición al respecto), así, con sólo preguntar a las hermanas sobre el motivo de la demanda y permanecer en el centro mirando hacia uno u otro grupo, obtuve una versión detallada de la parte y contra parte. Luego, al terminar la comparecencia, junto al delegado y el asistente, recorrí el sitio buscando la propiedad supuestamente “perdida”.
Por lo leído y lo escuchado, tenía una idea clara de la finquita y, con ella, pude ubicarla. Busqué la esquina Sur-Oeste de la finca (según lo detallado esa era de la finquita), y, a pasos, marqué el fondo y frente de la misma, luego, observando, vi árboles de jocote enmarcando un área similar a la buscada, los revisé uno a uno, encontrando vestigios de cerca vieja pues el alambre queda incrustado en el tronco. Sin duda, pensé, ésta es la finca “perdida”, debo probarlo.
Para mí, los restos de alambre incrustados en los troncos de jocote evidenciaban la existencia de la propiedad buscada, pero, para un litigio, debía presentarlo de forma totalmente convincente, para lograrlo debía levantar toda la finca y el rastro del lindero hallado, calcular y elaborar los planos respectivos o sea, triplicar el trabajo y, por ende, el costo. Cómo la parte demandante debe cubrir el costo de la prueba pericial para demostrar la existencia del terreno. Obviamente debía plantearles la triplicación del valor antes de iniciar. Para hacerlo, le pregunté al Delegado si las hermanas vivían cerca y respondió: Sí, a 100 m de aquí, ¿vamos? Sí, le respondí, pero vamos en carro para cuidar el equipo.
Me estacioné frente a la “casa”, en medio de un barrizal, por suerte andábamos con botas, la casa era de madera pero en condición deplorable, realmente daba lástima. El delegado las llamo y de inmediato salieron las tres. Sara, la menor, exclamo ¡Qué buen carro, llega hasta el frente!, necesitamos un carro como éste, siempre nos dejan largo por miedo al barreal. Realmente el ambiente se presentaba negativo para plantear la negociación, pero, ni modo, debía hacerlo y lo hice. Sara, la enamorada del carro, se desprendió y entró a la casa. Y, para evitarles algún desajuste, les insinué; “el valor del terreno puede ser menor al del trabajo”, piénsenlo. Sin embargo, al regresar Sara portando la diferencia, a coro dijeron: “Tome hágalo (me la entregaron), nosotras no peleamos por el terreno sino por nuestro honor, dijimos que ahí estaba la finca y queremos demostrarlo“. Y, ante tan contundente decisión, aunque muy dolido, les dije: así se hará.
De regreso al sitio de trabajo, para desahogarme, comenté el mal momento vivido; venir donde una familia tan pobre a incrementar sus gastos. Y, el Delegado inmediatamente contestó: No, no se preocupe, ellas viven así porque quieren, tienen mucha tierra y mucha plata, pero no disfrutan, podrían tener un carro como éste o mejor y vivir en un palacio si quisieran. Imagínese, sólo por mencionarle algo, ellas tienen unos tajos en las fincas, tres de ellos los tiene en pleito con el MOPT y, para poderlos trabajar, el Ministerio depositó en los juzgados respectivos lo correspondiente al avalúo inicial ¢25, ¢30 y ¢42 millones (¢97 millones, y ellas no quieren retirarlos hasta concluir la disputa). Le dije: gracias, realmente me devolvió el ánimo, me sentía mal, pero, ahora comprendo, me dejé sorprender por la apariencia y, según nos decían: “Las apariencias engañan”. Muy cierto.
Una vez reanimado, realicé el trabajo, presenté el informe y, días después, me citaron a una reunión en la Corte Suprema de Justicia. Me apersone el día y hora señalada en el lugar indicado, entregue el citatorio y me dijeron: Sí, lo cito don Ulises (Presidente de la Corte), siéntese ya lo atiende. Al momento, abriendo la puerta me dijo, por favor pase por aquí, entré y ahí estaba don Ulises, nos saludamos y, tomando unos documentos dijo: venga sentémonos aquí (una mesa de trabajo), y, extendiendo el plano y otros documentos del informe, comenzó a preguntarme sobre el caso. Por el tipo de preguntas, necesitaba ciertas aclaraciones sobre el rotundo cambio (apareció la finca). Con las respuestas y explicaciones, traté de aclararle las dudas y mostrarle la veracidad de lo hecho. Por eso, hasta donde pude, reafirmé los tres conceptos básicos del informe:
1. Por ser un bien inmueble, una finca jamás se puede dar por perdida, con los datos de inscripción se localiza y/o con la información suministrada se busca, en ambos casos se encuentra la finca o lo a ella ocurrido. (tras un desastre, sirve para restaurar todo).
2. En la demanda describían la finquita con los linderos Norte y Este en colindancia con Luis. Para empezar por lo fácil, usando un método ligero (medir a pasos y observar), los busqué y encontré la evidencia para decir “ésta es la parcela buscada” (Quién busca encuentra).
3. Para verificar lo encontrado, usando un método preciso, levantamos la finca completa más los rastros descubiertos del lindero Norte y Este de la finquita, luego, al hacer el plano para el informe, la cabida de cada propiedad (finca y finquita), resultó coincidente con la del Registro o sea, sin duda, hallamos el lindero buscada (La suma de las partes = al todo).
Terminada la entrevista, al despedirnos, don Ulises me dijo: Buen trabajo, muchas gracias.
Comentario: Ganaron el pleito y, en el Juzgado, comenzaron a asignarme otros casos, pero, por ser una actividad molesta para mí, forzándome realice cuatro o cinco y renuncié, no quise más. Realmente es muy agradable coadyuvar en la solución de un caso, pero, por tratarse de un pleito, los factores fastidiosos son mucho más y me ahuyentaronñ entre otros: -La mudez entre las partes. -Andar resguardado. -Mucho pleito para poco caso. -Injusta partición entre las herederas, lo plano para la esposa e hija y lo quebrado para la madre,… Esto lo vi en el plano de la finca empleado para el levantamiento, la superficie del terreno tenía dos tercios casi planos, y, un tercio quebrado, era el descenso hacia el río.
Anécdota chistosa:
Entre nos, a las hermanas (María, Rosa y Sara), por la forma de vestir y el mucho hablar, el asistente les puso: “Las urracas”, ingeniosa comparación, cómo alajuelense sabía poner apodos.
Beto, junio 2016