Por pura suerte, el mes pasado me topé con dos conocidos
de aquellos tiempos de muchachez y, lógico, pasamos un rato muy agradable
recordando esa época. Luego, repasando lo hablado, me puse a pensar por qué
razón, en algunas ocasiones, al memorar personas las mentamos por el apodo sin recordar
el nombre (balín, gallina, mosco,…). Eso es totalmente contrario a las
enseñanzas de entonces, pues, una de ellas nos inducía a llamar a las personas por
su nombre, y, dándole vuelta al tema, concreté tres puntos importantes al
respecto, los cuales, por considerarlos de provecho, los pongo a disposición de
quienes visitan mí blog.
El nombre nuestros padres nos lo asignan al nacer y
al anotarlo en el acta de nacimiento, junto a la información requerida llega al
Registro Civil y nos registran como un nuevo ciudadano o sea, nos asignan la
identidad. Por eso, repitiéndonoslo con empeño, nos educan para responder a él
y, al divulgarlo, familiares y amigos lo usaran para llamarnos. Además de ese
uso cotidiano, también nos ubica en la historia, porque, con él, registran
nuestros avances (nacimiento, estudio, obras de bien, matrimonio,…, óbito), y, siendo
éste un registro permanente, es parte de la historia patria. Así, de nosotros depende cuánto aportemos
(entre más contribuyamos, mejor). “Es
muy valioso”. Por eso, lo usual es:
“Llamarnos por el nombre”
También, por
cariño y/o llaneza, algunas familias usan el hipocorístico, el cual, es
simplemente un diminutivo del nombre (Caliche, Nano, Pepe, Paco, Teo. Aní,
Mina, Tina, Tere, Vicky,…). Esta costumbre es de total aceptación, nunca he
oído a nadie molesto por ella, más bien, en los nombres muy largos estos
diminutivos facilitan (Maximiliano / Max) y, por ser algo familiar, su uso no
es obligatorio, se puede abandonar. Se
estila entre familia, compañeros y amistades cercanas.
En aquel tiempo,
cuando debíamos llamar a las personas por su nombre, este diminutivo por ser de
uso cariñoso y/o familiar, tenía la aceptación del nombre entre allegados. Recuerdo
muchos de esos casos en donde nos mandaban a hacer alguna diligencia donde
algún profesional, comerciante, familiar, vecino o vecina u otros, dándonos el
nombre hipocorístico y era bien visto.
Por ejemplo: Don
Paco el abogado, el padre Toño, don Beto el prestamista, don Pepe el pulpero,
doña Chica la vecina, doña Tina la purera, mi padrino Felo, mi madrina Mira y
su esposo Memo, doña Chepita, la niña Tela, la prima Sole, Lupe mi hermana y
muchísimos más.
Los buenos hechos enmarcan el nombre. Actuando en bien de los demás, se gana el
renombre
El sobrenombre es el apodo puesto a una persona o
cosa por algún defecto o circunstancia, pocas veces se recibe con agrado, por
lo general se siente irrespetuoso, molesto y hasta odioso. Sin embargo, a pesar
de su absurdidad, hay personas con habilidad e irreverencia para practicarlo.
No sé ahora, pero, cuando yo me criaba, en Alajuela había mucho individuo de esa
línea, algunos se reunían en el Parque frente a Catedral e intervenían en todos
los sucesos (con chistes, bromas y, ante todo, apodos), eran muchos y alternándose
cubrían las 24 horas. Así, estando atentos, no se les pasaba nada ni nadie, por
eso se ganaron el mote de “UVA”. (Unión
de Vagos Alajuelenses). Con cuatro ejemplos -en mi próxima publicación- bastará para transmitirles la
agudeza del grupo al asignarlos:
continúa ..../
Beto, julio 2016