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miércoles, 16 de mayo de 2012

Beto continuación ...


REINICIAR

La llegada a Alajuela fue lo peor, no teníamos casa, ni muebles, ni nada y posiblemente ni plata, porque, la estadía en el puerto fue larga y sin ganar nada, seguro, la plata recaudada con la venta de los muebles y otros, se fue en gastos de alimentación, medicinas y muchas cosas más. Gran problema para mis padres, seguro, durante todo el viaje, venían manejando posibilidades y, al llegar a la Estación del Ferrocarril Eléctrico al Pacífico en Alajuela, nos bajamos y, sin transmitirnos preocupación alguna, nos enrumbamos hacia el parque, al llegar a éste, buscaron un poyo bajo la sombra de los árboles de mango, papá acomodó las maletas y le dijo a mamá, quédese aquí con los güilas, ya regreso nos dijo y se fue rápido. Le preguntamos a mamá ¿a dónde va? Y nos respondió; ‘a buscar a los hermanos ya regresa’.

“La familia de papá toda vivía en Alajuela, a los abuelos, por parte de él, no los conocí, cuando nací ya habían muerto, se llamaban Joan y Centa, él era músico y ella ama de casa, procrearon ocho hijos, cinco varones y tres mujeres. Los varones eran: Manolo, Administraba el Correo y, para obtener un ingreso extra, tenía un taller de reparación de imágenes, muñecos,…, y pintaba retratos y cuadros, Lindor, trabajaba como Operario en la construcción de escuelas, Ministerio de Fomento (hoy, MOPT), Moncho, Trabajaba en la bananera, papá (ya descrito) y Bienve, era educador, por lo general trabajaba en escuelas rurales y las mujeres Juanita, era enfermera, trabajaba en el Hospital de Alajuela, Rosita y Ninfa, oficios domésticos.

Bienve y las tres hermanas eran solteros y se mantenían como el grupo familiar original, Bienve y Juanita, por tener ingresos fijos, financiaban los gastos; Rosita y Ninfa realizaban los oficios de la casa o sea, como grupo familiar se complementaban. Manolo y Lindor eran casados y tenía ingreso fijo, por eso, a pesar de la crisis, se encontraban relativamente bien. Moncho no tenia puesto fijo, pero, como era soltero, se iba a trabajar a las fincas bananeras y, cuando venía a visitarnos, aparentaba estar muy bien, no tenía ningún problema. Papá, por lo ya comentado, era el más afectado con la situación económica entonces imperante”.

“Acomodo temporal; era lo buscado por mis padres en ese momento y, con ayuda divina, lo consiguieron. A penas comenzando a corretear por las calles internas del parque y con ello, recordar los paseos dominicales, cuando nos llamaron y nos dijeron: ‘Vámonos para la casa de Tío Manolo’ y recogiendo las maletas nos fuimos.

Mi Tío vivía de los lavanderos públicos, conocidos como ‘El Arroyo’, 150 m. al Este, casa de bahareque a mano izquierda o sea, nosotros, de la esquina noroeste del parque donde estábamos, para llegar a ‘El Arroyo’, teníamos que caminar 200m al Este y 400 m al Sur, luego los 150 m Este para llegar a la casa de mi tío. El terreno era vasto y la casa tenía un corredor espacioso en la parte posterior, al cual, por un pasillo lateral, se podía ingresar sin pasar por la casa. Papá, seguro por ser una de sus alternativas, lo pidió prestado por mientras resolvía su grave problema (conseguir casa). Aceptada la petición, gracias a la bondad de Tío Manolo, ahí nos refugiamos y después de unos días, incómodos e incomodando, por fin, pudo conseguir una casa, no ideal, pero, ante la emergencia, aceptable”.

“En esa casa (ubicada 120 m Sur de la Iglesia de la Agonía sobre la calle ancha, mano derecha, propiedad de doña Silvia,  construida de bahareque y madera); con algunos muebles hechos por papá, una mesa con seis bancos y unos camones (camas rústicas, construidas con  2 largueros unidos a 2 cruceros formando el marco donde van las tablas de soporte y 4 patas para levantarlo), cubiertos con esteras (formadas por varias pleitas de palma cocidas, utilizadas para dormir en el suelo), un anafre para cocinar con carbón (hornilla doble de barro) y un fogón en la cocina. 

Con la casa así amueblada y conscientes de no ser esa la solución definitiva, pero, por las circunstancias, de momento era lo mejor y ahí nos acomodamos para reiniciar. No fue mucha la permanencia, sin embargo, en ella,  nos llevamos un par de sustos. Primero, cuando casi se muere Manolo: En el transcurrir de un día normal, al final de la mañana, casi a la hora de almuerzo; estaba en el patio con Manolo cuando llegó Luisal (hijo de la propietaria de la casa y unos tres años mayor a Manolo), quién, entre otras, nos contó sobre un juego nuevo llamado ‘tieso’. Manolo, interesado en conocerlo, accedió a realizarlo, Luisal lo tomó de las manos y le dijo, manténgase lo más tieso que pueda y comenzó a girar, al momento Manolo agarrado de las manos de Luisal parecía  volar… Estaban en eso, cuando mamá nos llamo para almorzar, corrí a la casa… Luego, como Manolo no llegaba, mamá lo llamó de nuevo sin resultado alguno (ni contestó ni llegó), entonces, mamá  se asomó al patio para indagar lo sucedido, al verlo recostado a la pared del baño, se fue a traerlo y al intentar  tocarlo, se le vino encima, estaba totalmente rígido, ella gritó pidiendo auxilio, al oír el grito yo corrí y, al llegar, lo vi muerto, estaba pálido y tieso, la misma rigidez mostrada cuando volaba asido a las manos de Luisal. Al llamado de auxilio acudieron varias vecinas y entre todas, mamá y las vecinas, corriendo se llevaron a Manolo para el cuarto. En seguida, convirtieron el cuarto en lugar de imploración, sólo se oían suplicas, oraciones, promesas,… Salían hacían menjunjes, los calentaban y corrían de nuevo al cuarto,…, era un caos. De pronto salió mamá y me dijo: Beto, necesitamos al Dr. Villalobos, búsquelo en el consultorio. Por lo visto, lo oído,…, sentí la urgencia y corrí.  Él tenía el despacho al costado Norte de la iglesia La Agonía, llegué y no estaba, empero, como éramos conocidos, le dejé el recado y regrese. Al llegar, apenas pude darle razón  y, dándome tres posibles direcciones, mamá me mandó a buscar a papá… Cuando papá y yo llegamos, ya estaba en paz la casa, mamá le contó a papá lo sucedido, incluyendo la visita del Doctor, quién, después de examinarlo, le diagnosticó tétano, lo inyectó de inmediato y para el tratamiento, dejó medicamentos e instrucciones y cuando le dijo ‘El Doctor pidió dejarlo tranquilo, ‘en mis adentros pensé, por dicha, porque, con ese rudo tratamiento inicial, no hubiera aguantado… Efectivamente, al día siguiente, apenas despertó, señalando la nuca, dijo: ‘Mamá, me duele mucho aquí’ y al  revisarlo, pobre…, la tenía en carne viva, los menjunjes calientes y las fricciones con la cobija, lo pelaron. Bueno, por su benévolo gesto, debo darles el merecido mérito diciendo: ‘Pero, gracias a ello, con vida’. Segundo, a inicios de octubre, ese mismo año, un fuerte temblor botó la fachada (una pared vieja de bahareque) y, literalmente, Manolo y yo quedamos entre los escombros, pero, de milagro, sólo nos cayeron los terrones, el esqueleto de la pared se sostuvo con un ropero y nos salvamos. Sólo fue un susto....”

“Papá, como esa casa no cumplía las expectativas, estaba buscando una acorde a nuestras necesidades y posibilidades. Pero, ante lo ocurrido (quedamos sin fachada, es decir, en la calle), debió decidirse rápido y así fue, nos trasladamos a otra casa (ubicada 20 m. al Norte y 250 m al Oeste de donde estábamos), más cómoda y con campo para la huerta, la chayotera, las gallinas,…”

“La nueva casa; realmente si nos gustó, era metida y en alto (de la acera a la casa había: 10 m en lo horizontal y 1,50 m en lo vertical). Esta área es para el jardín, dijo mamá al llegar y así se hizo. La casa estaba cómoda, llenaba las necesidades y el patio bastante grande, con árboles de aguacate, mango, naranja, chicasquil, la cerca tenía itabos a lo largo, con una palmera de pejibaye al fondo y al final, lo atravesaba la acequia. También había chayotera, sólo faltaba la huerta y de inmediato, manolo y yo, la sembramos. Poco a poco se fue poblando el patio con gallinas, patos, chompipe,…, desde luego, sin faltar el perro, ‘Pachuco’, muy buen cuidador y la lora,  ‘Lorenza’, muy divertida y con sus cantos y cuentos animaba el ambiente, pero, por otro lado, se entretenía haciendo travesuras, como quitarle los botones a las camisas (sin dañar la tela), imagínese…, cuando uno llegaba a ponerse la camisa y no tenía ni un botón…, o, carboneando a mamá cuando nos pegaba, desde donde estuviera gritaba fuerte e insistentemente; ‘dele duro Mina, dele duro…’ o ‘péguele más Mina, péguele más…’ y, lo peor, mamá le hacía caso… Sin embargo, a pesar de todo, la queríamos, era parte de la familia.

Mamá, pensando en seguir buscando el cinco, pidió le hicieran el horno para continuar con su actividad, la venta de pan D’ MINA  y se le hizo.  Así, contando de nuevo con lo perdido cuando nos fuimos para el puerto, nos sentimos recuperados y dispuestos a seguir la lucha.”

“Volver a la superficie; después de casi un año de andar en lo profundo, fue el gran logro, el final de una dura aventura… A inicios del año 1942, cuando, procurando mejorar, mis padres decidieron zarpar hacia donde creían les calentaría más el sol y, aunque el puerto es más caliente, para sus objetivos estaba congelado, no les brindó el calor por ellos requerido. El resultado fue inverso, con ese fallido intento, caímos en lo profundo de la crisis, se nos agravó la situación. Por suerte no se arrugaron, ellos siempre decían: ‘Al mal tiempo, buena cara’ y con eso, a su manera, nos inculcaban no desmayar nunca, para avanzar deben hacerle frente a todo y en este caso, aunque muy duro, lo lograron, antes de finalizar el año, nos sacaron a la superficie y, acorde a sus posibilidades, nuevamente nos brindaron el ambiente acostumbrado… Enmendaron el error a puro esfuerzo y sacrificio o sea, ejemplarmente.”

“Actividades en grupo; seguro por estar ya un poco grandes (Manolo ya casi tenía los siete años, el 14 de diciembre los cumplía, y yo tenía cinco y medio), nos incluían en ciertas actividades para generar ingresos, divertirse o celebrar alguna fiesta religiosa. Las cuales, por su doble objetivo, hacer y disfrutar, se realizaban en grupo (familiar y/o de vecinos). Esta buena costumbre se mantuvo mucho tiempo y, el grupo familiar crecía en concordancia con el crecimiento de la prole, cada güila, entre cinco y seis años, podía incorporarse al grupo. De ellas Recuerdo…”

“-Las cogidas de café; mamá, para poder ir al cafetal, se levantaba muy temprano y, además de los quehaceres de la casa, hacia comida para dejar y para llevar, a las seis de la mañana, cuando llegaba una vecina a quedarse con los güilas, nos íbamos, mamá-Manolo y yo, rumbo al cafetal, estos estaban cerca, en el perímetro de la ciudad, recuerden, uno de los atractivos del paseo dominical por la Calle Ancha, eran los cafetales con sus hermosos árboles…, y eran varios: el de Los Meza, Luis Montenegro, Toño García…  Al llegar, el mandador de la finca le asignaba una fila a cada cogedor y todos a trabajar; cada uno, con el canasto fijo a la cintura, cuidadosamente (si aparecían daños en su fila, fuera, no le asignaban más), jalaba una rama cargada de rojos granos de café y comenzaba a despegarlos hasta llenar su canasto y, sin dilación, el café se depositaba en un saco e inmediatamente de nuevo a llenarlo. Esa labor se repite  durante el día y entre mayor destreza en su ejecución, mejor, porque, a más recolección, mayor retribución. Por eso, además de su rapidez, mamá nos llevaba como ayudantes y así, entre los tres, llenábamos muchos canastos durante el día. Era una actividad muy bonita, a mí me gustaba mucho, pues pasaba el día en ambiente totalmente natural, jugando de quitarle a la mata el maduro fruto y dejarlo caer al canasto… algo aportaba y al finalizar la jornada, cuando ella entregaba los sacos al grupo de medición e iniciaban el conteo (con su tradicional medida cúbica equivalente a una cajuela), iban pasando el café de cada saco a su carro o carreta y mamá, concentrada en la operación, conforme iba creciendo el número de medidas, su expresión facial irradiaba mayor felicidad, seguro, mentalmente, iba dando solución a algunas carencias familiares. Para mí, como niño, la medición no significaba nada, pero, su expresión, si me comunicaba algo bueno y eso me impulsaba a seguir ayudando, a seguir aportando a ese afable resultado. Por Cada cajuela recibida, le entregaban un boleto previamente valorado y, ese mismo día o al finalizar la semana, en la Oficina de la Finca le convierten los boletos en dinero. Claro, ahora me doy cuenta, como ella siempre andaba buscando el cinco para ayudar a aumentar el deficitario ingreso familiar, el conteo la ilusionaba porque, como habíamos dicho, ‘más boletos = más dinero’ y para ella, sin duda, eso significaba, ‘más ingreso = menos problemas.‘  Y tenía razón, en esos tiempos de crisis, cuando no se conocía el aguinaldo, no había horas extras…, el ingreso extra generado por  esta actividad era la salvación de muchas familias, servía para cubrir gastos de diciembre, de reposición de ropa para el año siguiente, de uniformes y útiles escolares,… Era la salvación de muchos… Nosotros, por verlo como un medio de financiamiento familiar, año a año íbamos y con el tiempo, Manolo y yo, nos convertimos en cogedores y los chiquillos más crecidos, venían como ayudantes… Toda una empresa familiar, bajo el lema: ‘Entre más vamos, más ganamos’.  Después, para cuidar los sacos y tener entretenimiento, hasta el perro y la lora llevábamos… 


Un detalle interesante a recordar, cuando ingresamos a la Escuela, no tuvimos problema para participar en las cogidas, porque, el Ministerio de Educación, al montar los cursos lectivos para las zonas cafetaleras, consideraba el periodo de la cosecha y así, hacían coincidir la finalización del curso con el inicio de la cosecha”. 


Las serenatas, en casos formales se contrataba uno de los buenos ‘Tríos’ de la época y, sin duda, se aseguraba el éxito. Sin embargo, para pasar el rato y compartir con vecinos o amigos, existía una bonita costumbre, hacer un grupo e ir a cantar frente a la o las casas de familiares o amigos, eso se hacía en las noches de verano y con la claridad del plenilunio, porque, aunque el ambiente era seguro, la oscuridad reinante por la crisis eléctrica, salvo una emergencia, no daban ganas de salir por la noche. 

En el vecindario nuestro, cuantas veces se podía, se organizaba el grupo para dar serenatas y, como mamá era la cantante, siempre la invitaban y nosotros íbamos de cola. Era una actividad muy agradable, la disfrutábamos mucho. Al regreso de la o las serenatas, venia el grupo dando bromas a los vecinos, como las casas eran abiertas (algunas  con una media cerca para evitar el ingreso del ganado a dañar sus siembras, pero de fácil acceso), intercambiaban muebles y matas de una casa a otra, simplemente por molestar, la gente ya sabía y cuando daban serenata, si había intercambio, simplemente lo aceptaban como una broma y reacomodaban las cosas.

-Para Navidad; época de compartir, se dan dos actividades bonitas para trabajar en grupo:

a) Hacer el portal; para ello, además del Pasito - los Ángeles y la estrella, era necesario buscar lana, papel para los encerados, ocres de colores, goma (Hecha en casa y en cantidad suficiente para engomar todo el papel para los encerados), figuras para adornarlo,…, y, sobre todo, hacerlo con gusto e inspiración, como si fuera una obra de arte…, y el creativo, como conocedor de la idea, dirigía la obra y los demás le ayudaban.

b) Hacer los tamales; otra actividad familiar muy bonita y, en ella, todos participábamos. Unos cortando y preparando las hojas, otros yendo a moler el maíz (lo mandaban con asiento de chicharrón, así la masa venía aliñada), preparando la leña y el fogón para cocinarlo (en lugar seguro, se colocaban tres piedras grandes de altura similar y, por los tres espacios libres resultantes, se acomoda la leña para lograr una buena combustión, luego, haciendo ajustes para lograr su estabilidad, se colocaba el recipiente para cocinar los tamales, en  casa utilizaban una lata (embase para comercializar la manteca y con dimensiones ideales para ese fin). Por último, para confeccionar los tamales…, en una mesa grande se ponían las hojas, las amarras, la masa, la carne, los chiles y demás ingredientes del tamal. Con todo listo y nosotros distribuidos a lo largo de la mesa según la labor a realizar en el proceso; mamá iniciaba poniendo la masa requerida en la hoja y la pasaba, el siguiente le ponía la carne, el otro el huevo duro,… y, para completar el proceso, al final estaban los responsables de envolver, amarrar y depositar en la lata preparada para cocinarlos. Llena la lata y con el agua requerida, se ponían a cocinar,…, y después a disfrutar.

-Para semana Santa; siendo el “Jueves y Viernes Santo”, además de días de ayuno, feriados muy respetados, en ese tiempo se consideraban Días Santos y por reverencia nadie trabajaba, ni siquiera en los oficios caseros (menos dar tundas, a quién hacia algo fuera de la regla, lo llamaban judío y lo arrodillaban en una esquina de la casa sobre granos de maíz). Por eso, con anterioridad, se preparaban los alimentos para el sustentamiento de esos días. Eso originaba una actividad previa con la participación de todos: a) Preparar la tradicional miel de chiverre, ello incluía; comprar el chiverre, sancocharlo, majar la pulpa sancochada, colgarla en una manta  para que se escurriera, cocinarla con dulce hasta darle el punto de la miel. b) Preparar las comidas ligueras; pan casero, biscocho, empanadas de chiverre, tamal mudo,… y, para completar, comprar sardinas, atunes,…, y el bacalao para dejar preparada la súper-sopa. Así, con una buena trabajada en grupo, todo quedaba listo para, sin necesidad de cocinar en esos días, pasarla de lo más bien y con tiempo para ir a las procesiones.

Los efectos de las políticas tomadas; incomodidades y dificultades, afectaron tanto a nivel familiar como empresarial, por eso, para completar las narraciones de lo vivido en esa parte dura de la infancia y antes de iniciarme en la escuela, les contaré un par de memorias al respecto. Recordemos, dentro de las políticas tomadas por consecuencia de la guerra, estaba ‘Reservar existencias nacionales de víveres y artículos básicos,…’. En acatamiento a ella, algunos artículos eran de compra restringida, por lo cual, para adquirir lo autorizado, se requería paciencia y tiempo para hacer fila. Empero, tratándose de una mini empresa, con requerimiento mayor al permitido, debía ingeniarse el  modo para adquirirlo.

-En lo familiar, había muchos productos con restricción de compra, pero, seguro por la edad, sólo participaba en la adquisición de una caja con galletas muy parecidas a las sodas actuales, de venta ocasional y ambulante, las traían en un camión cerrado y con una puerta trasera, se estacionaba en el costado Este del Mercado, en Alajuela, y, al abrir la puerta para iniciar la venta, se veía totalmente lleno de cajitas de galletas. La fila de compra era larguísima, porque, como lo autorizado era unicamente una caja por persona (incluyendo a los niños, por eso nos llevaban), de cada familia, nosotros incluidos,   iban todos los miembros posibles, física y financieramente, así nos surtíamos para varios días.

-En la mini empresa; por la misma restricción, utilizaban el ingenio para resolver las dificultades de adquisición, también por la edad, sólo viví un caso de los muchos…, y, para dejar testimonio, lo voy a narrar.

-Mis padrinos, Felo (trompetista en la Banda) y su hermana Mira (maestra) vivían de la esquina de la cárcel (hoy Museo Juan Santamaría), 100 m. Norte y 50 m. Este (casa de bahareque a M.I) y el esposo de mi madrina, Memo, tenía una ‘fábrica de jalea’ en el fondo del patio. El dulce requerido para la elaboración se lo entregaban directamente en la fábrica, pero, cuando entró la restricción, el proveedor no podía continuarle el servicio, debía entregar el producto según lo dispuesto por decreto. Sin embargo, considerándolo buen cliente, decidió jugarse el riesgo y continuar surtiéndole el dulce directamente en el trapiche, nada más o sea, la responsabilidad del transporte era de Memo.

Aceptado el negocio, Memo se ingenió un plan medio macabro, compró un cajón con forma de ataúd, con dimensiones ajustadas a su camioneta de trabajo y una corona de flores plásticas, con esos preparativos y la complicidad de mis padres, cuando se requería traer el dulce, íbamos muy temprano al trapiche (muy cerca de Alajuela), llenaban el ataúd de dulce y regresábamos. Luego, en un lugar cercano a casa y totalmente solitario, estacionaba la camioneta y en segundos, todos abajo, Memo, con los trabajadores de la fábrica, alzaban el ataúd, bien pesado por cierto, y Manolo y yo llevábamos la corona, así, simulando un entierro, caminábamos rumbo a un lote vacio y medio encharralado, del cual, su fondo, colindaba con el patio de casa (a diario lo usábamos para acortar distancia), y por ahí ingresábamos. En el corredor trasero de la casa, Memo tenía unos ‘estañones’, con tapa de cierre hermético y en ellos guardaba el dulce para, según necesidades, ir llevando a la fabrica lo del gasto inmediato, en seguida, soltando unos pines,  convertían el ataúd en piezas de fácil manejo y diferente apariencia, así, memo y sus trabajadores, cargando las piezas se iban y hasta la próxima… 




Continuará…

2 comentarios:

  1. Don Heriberto, esta muy lindas estas publicacíones, espera la proxima entrega muy pronto, quedo con muchas angias de seguir la historia.

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  2. Gracias por sus comentarios. Ya voy a iniciar la próxima para no hacerla esperar mucho. Le recuerdo que puede enviarme sus historias e igual las publicamos. Saludos, Beto

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Los textos y fotografías de este blog están bajo mis derechos de AUTOR, Heriberto Arroyo