Las curaciones caseras; en la vivencia anterior (El deterioro sanitario),
conté sobre las plagas y enfermedades resultantes e incluí, para cada caso, un
ejemplo del remedio casero usado. Era lo acostumbrado en esos tiempos, en todas
las casas había hierbas medicinales y las llamaban así porque, tradicionalmente,
las usaban para la cura de diferentes padecimientos y esa transmisión,
posiblemente de procedencia indígena, las mamás la conocían bien, sabían cuál de
ellas aplicar en cada caso. Es justo reconocerles su acierto, cuando alguien sentía
algún malestar, se lo comunicaba a su mamá y, dando el diagnóstico, le decía
tráigame una ramita de ‘tal cosa’, con ella hacían un bebedizo o ungüento y,
bebido o puesto el mismo (según fuera el caso), de inmediato se iniciaba la
recuperación. Antes lo hacían así, a pura práctica; ahora, por los diversos
estudios realizados a esas plantas, se conocen las sustancias actuantes sobre
el organismo humano contenidas en ellas (Entre otras; antibióticos, azúcares,
grasas, proteínas, resinas, vitaminas, aceites, minerales,…) y cómo los efectos
terapéuticos de esas sustancias actuantes intervienen en el organismo,
especialmente en la o las partes afectadas, aún se utilizan, en menor grado
siguiendo la tradición mencionada y, en grado mayor o comercial, hay fincas
dedicadas a producirlas para proveer a los procesadores de medicamentos y
también, si no me equivoco, hay quienes se dedican a la medicina natural, la
cual, comparada con los medicamentos químicos, es mucho más asimilable por el
organismo.
En el patio siempre había; entre otras: Albahaca; para trastornos digestivos.
Juanilama; para agruras, colitis y gastritis. Romero; para sistema
digestivo (antiséptico y en contra de gases), combatir parásitos y mejorar
circulación. Hierbabuena; para las afecciones estomacales,
el dolor abdominal - menstrual u
ovárico, ardor al orinar, curar las heridas y combatir la bronquitis. Salvia;
para aliviar las molestias del estómago, el dolor de cabeza y los mareos. Culantro
Coyote para el dolor de pecho, la indigestión y el vómito. Orégano; para
combatir las afecciones bronquiales e inflamaciones de las amígdalas y la
garganta… (Malva, ruda, sábila, albahaca, perejil, apio,… También, aunque no sembrado
en el patio, pero siempre había en cada casa Jengibre, borraja, tilo,
manzanilla,…). Ésta era una práctica “2b“ (buena y barata), con la cual,
resolvían todas las afectaciones comunes de la salud, digamos de grado menor,
porque, para un caso serio como el tétano de Manolo, era indispensable la
presencia del doctor. Esta medicina casera la complementaban con los masajes
para las pegas (trastorno estomacal), golpes y torceduras. También, para
atender daños mayores como fracturas, había algunos masajistas muy
experimentados, tal es el caso de don José Castro en Alajuela, a quién recuerdo
con admiración. Cuando había partido en el estadio, ahí estaba él para, de
presentarse lesiones durante el
juego, atenderlas. El resto del tiempo, salvo cuando lo llevaban a atender
algún paciente, lo pasaba rondando por el costado Norte del mercado y, si
alguien lo buscaba para algo leve, ahí mismo lo trataba. Caso contrario, cuando
por el tipo de lesión el paciente no podía movilizarse o se requería privacidad
para atenderlo, él iba a la casa del sufrido y, con su conocimiento, lo
aliviaba. Para ilustrar lo mencionado, basta un ejemplo de cada caso:
-Un
dislocamiento del pulgar derecho sin tratanza, no recuerdo el origen pero
si la consecuencia, sanó generando un abultamiento en la parte superior del
mismo (lo llamaban goma). Con el tiempo, por su tamaño, comenzó a entorpecer
los movimientos del dedo y, preocupado, fui al mercado a buscar a don José,
quién, al mostrarle la mano me preguntó la causa y mi respuesta fue, no sé… Sin
embargo, por su actuar, él si sabía y para corregir el daño, masajeando la goma
suavemente y explicándome porqué
se formó, fue atrayéndome al tema y, cuando más concentrado estaba, sentí una
breve pero profunda sensación de dolor y en un ‘Ay’ pasó. Listo dijo don José,
eso era todo, el dedo está montado y para deshacer la goma, póngase alcohol con
alcanfor durante ocho días… Efectivamente, a los ocho días estaba totalmente
sano y sin ninguna molestia hasta la fecha. ¡Cómo sabían estos señores,…,! para
hacer el jalón requerido y montar el dedo sin movimientos contrarios de mi
parte, con sabias explicaciones, me abstrajo de la operación e introdujo en la
explicación, así, fácilmente lo logró.
Dibujo: Beto 2012 |
Al inicio de la tarde, 1:00 p.m., llegó don
Juan bastante preocupado y preguntando por Mado, (en la hora de almuerzo le
contaron lo sucedido), se le explicó lo actuado y preguntó ¿Cuál médico lo
vio?, ninguno le respondió mamá,
lo puse en manos del creador y de don José Castro. Eso está muy bien, pero,
para estar seguro, necesito un dictamen profesional, puedo hablar con él, si
claro… Ingresó y lo dejamos con
papá… Don Juan lo convenció de ir al Hospital para, tomadas las placas
respectivas, tener la opinión del Dr. Rodriguez sobre el caso, Así lo hicieron,
papá, con un poco de ayuda, se montó en el carro con don Juan y se fueron… Un
par de horas después, regreso tal y como se fue; eso sí, muy contento porque el
doctor les dijo: ‘Todo está bien, hasta el tiempo de reposo’… Realmente, esos
señores, eran admirables.
Cara lección;
empero, con ese accidente, papá
ganó experiencia: A su manera (más comentarios y consejos recibidos),
interpretó lo ocurrido y, acostumbrado a la enseñanza por transmisión, siempre
nos decía: ‘cuídense de los pisos encerados
o brillantes son traicioneros, para trabajar en ellos con escalera, envuélvanle
las patas con gangoche’. Excelente consejo, aprendió la lección
tardíamente, mas, cómo siempre afirmaba, ‘vale
más tarde que nunca’.
Lo ocurrido;
claramente señala como causa, ‘El peligro potencial creado’ y dos concausas
causantes del percance 1. Por costumbre… (Lo produjo) y 2. Por desconocimiento…
(Lo activo). 1) El mucho hacer algo nos conduce a la
práctica y, eso, nos resta malicia. En este caso, papá, por la costumbre, llego
puso la escalera en el sitio requerido para el trabajo a realizar y, sin considerar
ningún otro factor, subió… 2) Podríamos preguntarnos ¿Por qué no pensó en otros
factores?, y la respuesta es obvia, por desconocerlos; lo ignorado no se ve y,
por ende, no se considera. Él
estaba frente a un peligro inminente pero no lo vio, porque, además de
ser lego en la teoría de la física, por lo visto, nunca se había llevado ningún
susto al respecto o sea, sólo tenía práctica. Por ello, aplicándola, al poner su
escalera de abrir en un piso de madera encerado y sin ningún antideslizante
entre ambos (gangoche, cartón,…), creó un peligro potencial sin darse cuenta y
al subir (ignorancia), con su peso, activo el deslizadizo apoyo iniciando el
resbalamiento de las patas, esa acción fue tensando el mecate sostenedor hasta
superar su resistencia y reventarlo, permitiendo el súbito estiramiento de la
escalera y el tumbo de su ocupante, en este caso papá…
Lástima,
muchos accidentes de este tipo (desconocer) podrían evitarse sí, durante la
etapa de formación, en matemáticas y física se realizaran prácticas con problemas
de este tipo para, además de imprimirles atracción y comprensibilidad, darles
aplicabilidad en el diario hacer. (Una simple escalera de abrir, puesta sobre
un piso deslizante y sin aislante, se convierte en un peligro potencial,
porque, el peso de quien suba, genera fuerzas de impredecibles consecuencia).
Se enfermó la abuela; el primero de enero, a temprana hora, mamá se fue para Puntarenas, le
habían avisado sobre la gravedad de la abuela, el día cinco regresó con la
misión de llevarnos, la abuela quería vernos… Hizo los preparativos y, al día
siguiente, salimos rumbo al puerto. Íbamos disfrutando el viaje, como siempre,
cuando, apenas reiniciándolo después de la parada de Orotina, apareció su tio
Chus, un hermano de la abuela, saludó a mamá y le dijo ¿vas para el entierro?
Y, eso, cambió todo, mamá se descompuso, el Oficial del tren corrió al final
del carro y accionó la llave de una tubería ahí ubicada (aire comprimido), con
ello, mandó una señal al maquinista y se detuvo el tren, le dieron la atención
requerida, luego, una vez restablecida, seguimos. Al llegar a Puntarenas, en la Estación, estaban mis tres tíos
(Johan, Goyo y Quincho) esperándola para darle la noticia (lástima, con la
noticia bien dada, tal vez se hubiera afectado menos…). Al llegar a la casa y encontrarse con
las hermanas (Anita, Mira, Tere, Tina y Flor), se mostró resignada y, como era
la mayor, comenzó a disponer. Esa fuerte reacción, me imagino yo, en parte se
debió a la impactante e inesperada noticia, ella iba con la ilusión de llegar
donde la abuela con nosotros y con
la nueva se frustró, no pudo cumplir su promesa…
El entierro de la abuela; ese mismo día, en horas de la
tarde, se efectuó el sepelio y por un par de cosas diferentes, me dejó
recuerdos imborrables. Su inicio habitual, condujeron sus restos mortales a la
Iglesia y, finalizada la ceremonia, continuamos hacia la Estación del
Ferrocarril, ahí estaba un tren esperando (treparon el ataúd), lo abordamos y proseguimos en tren hasta el frente
del Cementerio en Chacarita (Esto lo tornó diferente…, me sentí en un tren
familiar…); de ahí, proseguimos hasta el lugar preparado para el enterramiento
y, después de lo acostumbrado (verla por última vez, encomendarla,…), colocaron
el féretro en el fondo de la fosa e iniciaban el relleno, cuando, mi tio Goyo
se lanzó dentro y repetía: ‘entiérrenme con ella,….,…,’), no sé porque lo hizo.
Algunos runruneaban ‘está beodo’ y,
por lo ocurrido, no había ninguna duda, pero, sacarlo, eso sí fue difícil… Él,
no hacía ningún intento, estaba dispuesto a quedarse y, por las dimensiones de
la fosa (ajustada a la caja), era prácticamente imposible meterse a sacarlo. No
obstante, para terminar de llenar, debían sacarlo y así lo hicieron, varios se
tiraron de panza al borde de la sepultura y, no sé cómo, lograron agarrarlo,
ponerlo de pie y sacarlo; tamaña confusión. En seguida, terminada la
inhumación, abordamos el tren y, ya oscureciendo, llegamos al puerto.
Por la noche; en torno a la mesa del comedor, con el
bombillo encendido y un par de canfineras para alumbrarnos (pésimo servicio
eléctrico), estábamos reunidos con el abuelo (Rafa) contando diversas
historias, cuando, Morales el esposo de mi tía Mira (quién, por sus frecuentes
viajes a la cocina, seguro estaba tomando), sacó el paquete de cigarrillos,
ofreció (tres le aceptaron), repartió y los guardó. Después, saco un billete de cien colones (la máxima denominación para
entonces), lo arrollo a lo largo y, arrimándolo a la canfinera, le prendió
fuego para usarlo como encendedor, todos a gritos le repetían ‘apáguelo,…,…’,
no hizo caso, cuando terminó su caro capricho ya el billete estaba
prácticamente consumido. Todos se lamentaban por lo ocurrido, lo regañaban por
la crueleza, tanta gente necesitada y usted quemando dinero, pero, él, no se
daba por aludido, parecía haber disfrutado su acto de fanfarronería. Según mi
tía, se trataba de un nuevo defecto, posiblemente, en alguna juerga reciente,
alguien lo hizo, le gustó y lo ha practicado ya dos veces, tratare de
persuadirlo, dijo...
Lo escuchado en torno al aprovechamiento del
dinero, fue aleccionador, por dirigírselas a Morales, parecía un desperdicio,
pero, entre lamentos y regaños, definieron su correcto uso.
‘El dinero, como medio proveedor del
sustentamiento familiar, nunca sobra, siempre habrá algo para invertirlo y, si
no lo hubiera, se ahorra para cubrir necesidades futuras, propias o ajenas, hay
muchas, muchas,…, familias necesitadas’. Resumidamente le dijeron:
‘La llama del billete
consumió su esfuerzo y, lo peor, sin nadie disfrutarlo’
Terminado lo funéreo; mamá nos dijo: Bueno,
ya la abuela descansa en paz y estoy segura, desde arriba ya los vio, por eso,
para seguir adelante con lo nuestro, debemos regresar a Alajuela. Ay, no…,
exclamamos, tía nos invitó a rezar. Sí, respondió, hoy rezamos aquí, mañana
regresamos y le seguimos rezando en casa… Así se hizo…
Reiniciando el curso lectivo; mi tercer grado ya, una tarde, la niña Berta nos dio un documento
para llevar a la casa, con el cual, además de comunicar a los padres la
presencia del Dentista en la Unidad Sanitaria (Centro de Salud Pública, hoy, bingo
de la Cruz Roja) y de indicar la exclusiva atención de escolares, enlistaba los
posibles servicios a optar e
indicaba: Si su hijo requiere algún servicio, márquelo y firme autorizándolo.
Cuando llegué a la casa y entregué el papel,
mamá me dijo: ‘Esos dos dientillos de leche encaramados van a dañar los nuevos’,
sí, le conteste, ya comienzan a estorbar, mejor quitarlos. Ella marcó
extracciones (2), lo firmó y me lo dio.
Al día siguiente, por la mañana, la niña
Berta recogió los mensajes autorizados, se los entregó a Juana (la portera) y continuamos
trabajando. A media mañana, pasaron unas enfermeras llamando a quienes estábamos autorizados para ir al
Dentista; salimos, nos acomodaron en fila y nos fuimos para la Unidad Sanitaria
(recorriendo 100 m al Oeste y 200 al sur de la Escuela), llegamos y, la misma
fila la acomodaron para, haciendo el giro señalado (entrar por la puerta
lateral y pasando el consultorio, salir por el frente para continuar la fila
hacia la lateral…) pasar dos veces por el consultorio. La primera para inyectar y la segunda para la
extracción. Parecía muy bien, pase me inyectaron los dos dientes encaramados y
seguí la fila, mientras avanzábamos sentí como se iba adormeciendo la encía y,
sin mucho dilatar, muy contento me senté de nuevo en la silla, y, en un
chuc-chuc, fuera los dos dientillos. Hasta el momento, todo muy bien, yo diría
maravillosamente bien, con buen trato y sin pérdida de tiempo me hicieron lo
solicitado. Pero, el Dentista (un señor un poco mayor), me dijo: tiene una
muela inferior cariada ¿la sacó? Y, por lo antes experimentado, le dije ‘Sí’,
de inmediato sentí donde atenazó una muela del fondo y comenzó a jalar, como no
podía, sin soltarla, le pidió a las enfermeras sostenerme de los brazos, luego,
con la rodilla, se apoyo en el brazo de la silla (casi en mi estomago) y siguió
jalando, de pronto, no sé por qué, me soltaron y, tirándome de la silla, corrí
despavorido hasta la casa. ¿Qué pasó? Dijo mamá, le conté y, revisándome,
afirmó: sólo los dos dientillos le extrajo, la muela está maltratadilla pero
está, no la pudo sacar… Y, dando por cerrado el caso…, me dio agua con sal para
enjuagarme y un bebedizo para aliviar el dolor o calmar el susto, no sé…
Para ser justo, a los encargados de la
organización les mantengo la calificación, pero, el dentista, por su ligereza
(intentar extraer una muela sin autorización, sin inyección,…, y sin fuerza), pasó
de extraordinario a ordinario en un solo tumbo…
El Comedor del Patronato y la Gota de leche; estaban ubicados junto al
costado Oeste de la Unidad Sanitaria. En el primero; todos los días le daban
almuerzo a gran cantidad de escolares, era un salón muy grande y se llenaba
mínimo dos veces. En la escuela me dieron una tarjeta para almorzar ahí, pero,
por formación, en casa siempre nos decían ‘Deben
ganarse lo que se comen’ y, en ese comedor, sólo era llegar comer e
irse, no podía practicar la enseñanza… Por eso, para no despreciar a quienes me
escogieron y realizar lo aprendido…, hable con los encargados y me aceptaron
como colaborador, así, llegaba y pasaba directo (no hacía fila), guardaba los
cuadernos (siempre venía o iba para la escuela, según el horario) y les ayudaba
a servir (me enseñaron a llevar tres platos por viaje), así unos repartiendo
cucharas y fresco, otros sirviendo el plato, rápido terminábamos y luego, juntos
los trabajadores y colaboradores, almorzábamos…
En la segunda; la Gota de Leche, era un
servicio para las madres, no sé como operaba, pero, si recuerdo, por las
mañanas, ver muchas señoras retirando las botellas de leche para sus niños…
Mi primer trabajo fijo; en la casa de la familia
Lara-Chinchilla, ubicada 100 m Sur de la Iglesia de La Agonía, Casi al frente
de la casa donde, con aquel temblor de octubre…, nos cayó la pared y por poco
quedamos aterrados (Manolo y yo) o sea, donde nos reiniciamos al regreso del
malogrado viaje al puerto… El trabajo era sencillo y podía alternarlo con la
escuela, consistía en entretener y
cuidar los chiquillos (lo practiqué en casa cuando el cambio), así, doña Margarita, tranquilamente se dedicaba a sus quehaceres y yo, me ganaba un
salario semanal, jugueteando…
Era un lote esquinero y espacioso, con
frente a la Calle Ancha (20 m) y por el costado Norte, un frente largo (50 o 60
m), en la esquina estaba la casa (con patio lateral), tenía un corredor grande
atrás en donde estaban las pilas, los baños y letrinas e inmediatamente después
un pequeño patio trasero, separando la casa de la caballeriza (Danilo, el
esposo de margarita, era domador), el resto eran patios para realizar
actividades con los caballos y en la esquina trasera interna, había un enorme
hueco en donde depositaban los desechos de la limpieza de las cuadras (aserrín
con estiércol) y cuando estaba lleno, lo vendían al mejor postor (lo utilizaban
para abonar cafetales).
La caballeriza tenía, además del paso
privado a la casa, acceso externo a través de un pasaje central amplio
(entraban y salían a caballo), con ocho cuadras, cuatro a cada lado del pasaje,
una, la del fondo a mano izquierda entrando, la ocupaba permanentemente ‘EL
CACIQUE’, un robusto y bien domado percherón, propiedad de Danilo. Lo tenía para
padrear, pero, seguro para
promocionarlo disfrutándolo, a toda actividad con tope lo llevaba; por lo menos
una semana antes le hacían trenzas para, el día de la actividad, lucirlo con su
crin ondulada y sus pasos elegantes. Era muy dócil, por eso, a cualquier hora,
podía entrar a la cuadra con los chiquillos, le llevábamos comida, lo
rasqueteábamos, le hacíamos trenzas,… y, ese enorme animal, se dejaba, los
chiquillos lo tenían como su gran juguete…
Las otras cuadras eran ocupadas por
caballos en proceso de doma (llegaban sin desbravar, pero, con el tiempo, a
fuerza de ejercicios y enseñanzas aprendían a obedecer). Danilo y su hermano Coco
eran los domadores, también, para las labores asistenciales, trabajaba con
ellos Manu Zonta. Al principio, para bajarles la bravura, utilizaban métodos
fuertes y, poco a poco, conforme iba asimilando, comenzaban con los ejercicios
y enseñanzas hasta lograr su docilidad. Cuando aprendían, respondían rápido a
cualquier instrucción dada. Una vez, estando en la caballeriza (a mí me gustaba
ir… y apenas tenía chance…), me dijo Coco ‘Beto, tráigase ese caballo’, voltee
la mirada y lo vi, estaba en el patio listo para montar y, con la rienda, amarrado
a una de las argollas para eso puestas en la pared, llegue lo solté y, para
llevármelo agarre sólo un lada de la rienda y jale, el caballo dio vuelta y
como yo seguía jalando, continuo dando vueltas y guindando de la rienda yo
también, mas, al oír a Coco gritar, ‘suéltese’, lo hice y, con el impulso, paré
en la cerca de piñuela. Por suerte fue sólo el susto y con la explicación de
Coco, me quedó claro, para jalarlo hacia delante, es necesario asir los dos
extremos de la rienda, porque, si jala sólo uno, el animal gira para el lado
que jale (Así, con lo aprendido, eliminé la posibilidad de un accidente por
desconocimiento).
Doña Elena, la mamá de Danilo, les hacía las
tortillas y, cuando trabajaba por la mañana, iba con los chiquillos (Chisco,
Dasy, Charly, Meme, Margari,…) a traerlas y siempre me acuerdo, apenas llegaba,
ella cogía una tortilla caliente, le untaba manteca con pringues de sal y me la
daba… Uh… que rico, valía la pena…
Continuará